
Nos morimos en cada muerte que no evitamos; nos morimos en cada niño que llora y no encuentra consuelo; en cada abuelo que agoniza y no muere como se merecería morir. Nos morimos en cada muerte injusta y en cada suicidio que se hace muerte porque no supimos ayudar a quien nos necesitaba.
Nos morimos en la esquina de un boulevard donde la muerte espera ansiosa, que obnubilados en velocidad, la invitemos a dar una vuelta. Y en cada ruta donde la falta de sueño y el querer ganarle segundos a la vida nos lleva a perderla por completo.
Nos morimos en los ojos de tristeza de los incomprendidos; nos ahogamos en las lágrimas de los injustamente castigados; nos aturdimos con los gritos de los que no dejamos gritar; y nos envenenamos con las vidas, que hoy no son vividas por nuestros errores.
Nos morimos en esa madre que llora sin consuelo la muerte de su hijo y también en ese hijo que no comprende la muerte de la madre. Agonizamos junto a cada muerto y expiramos al ver libre a su asesino. Nos enfermamos mortalmente en la injusticia y buscamos la cura milagrosa en el ocultamiento de lo injusto.
Nos morimos en la enamorada que espera ansiosa el retorno del amor que ya no volverá; en la espera de un romance ya extinto que aguarda por la estocada final. Morimos en las últimas palabras de una despedida, que clama por no llorar, pero sabe que será inevitable. Morimos al unísono con el muerto que se lleva con él un pedazo de nuestra propia vida.
Nos morimos en cada aborto que trunca una vida y más aun en esa vida que piensa en un aborto para poder seguir viviendo. Somos óbitos concientes cuando vemos morir a madres en abortos provocados y a fetos en quirófanos clandestinos.
Nos morimos en el “chau papá” y lloramos hasta morir en el “hasta pronto hijo”. Nos morimos en cada emigrante que se va sabiendo que no ha de regresar.
Nos morimos sin hacer nada…nos enfermamos teniendo cura…nos vemos agonizar; esperamos expirar; nos entregamos a la muerte. Nos morimos sin hacer nada…tan solo nos dejamos morir, siendo los testigos de nuestra propia agonía.
Nos morimos en la esquina de un boulevard donde la muerte espera ansiosa, que obnubilados en velocidad, la invitemos a dar una vuelta. Y en cada ruta donde la falta de sueño y el querer ganarle segundos a la vida nos lleva a perderla por completo.
Nos morimos en los ojos de tristeza de los incomprendidos; nos ahogamos en las lágrimas de los injustamente castigados; nos aturdimos con los gritos de los que no dejamos gritar; y nos envenenamos con las vidas, que hoy no son vividas por nuestros errores.
Nos morimos en esa madre que llora sin consuelo la muerte de su hijo y también en ese hijo que no comprende la muerte de la madre. Agonizamos junto a cada muerto y expiramos al ver libre a su asesino. Nos enfermamos mortalmente en la injusticia y buscamos la cura milagrosa en el ocultamiento de lo injusto.
Nos morimos en la enamorada que espera ansiosa el retorno del amor que ya no volverá; en la espera de un romance ya extinto que aguarda por la estocada final. Morimos en las últimas palabras de una despedida, que clama por no llorar, pero sabe que será inevitable. Morimos al unísono con el muerto que se lleva con él un pedazo de nuestra propia vida.

Nos morimos en el “chau papá” y lloramos hasta morir en el “hasta pronto hijo”. Nos morimos en cada emigrante que se va sabiendo que no ha de regresar.
Nos morimos sin hacer nada…nos enfermamos teniendo cura…nos vemos agonizar; esperamos expirar; nos entregamos a la muerte. Nos morimos sin hacer nada…tan solo nos dejamos morir, siendo los testigos de nuestra propia agonía.