Cuando el fin se acerca, la agonía es eterna y la vida se convierte en un instante. Se cuelan por entre las paredes los llantos de los más fuertes; y siempre se escuchan los llamados a una madre, que aunque hace tiempo ya no está, sigue siendo la última esperanza. Dios cobra cuerpo en importancia, y es en el final donde las iglesias sortean indulgencias, prometiendo parcelas de eternidad y hectáreas de paraíso. Las catedrales se abarrotan de sueños celestiales y hasta los más ateos se ilusionan pensando en el edén. Se abren los corrales de la imaginación y los cirujanos buscan la región anatómica para el alma.
La vida se aferra al trabajo como la muerte al descansar; se descansa al estar cansado; y se está cansado luego de mucho trabajar. Igual que se muere de tanto vivir.
Hoy vengo a hablar sobre la muerte. Pero sabemos que hay muchas concepciones de “la muerte” y yo solo vengo de hablarles de una sola; por eso es que no quisiera detenerme en todas ellas sino solo nombrarlas.
Podemos decir que nos morimos en cada muerte que no evitamos; nos morimos en cada niño que llora y no encuentra consuelo; en cada abuelo que agoniza y no muere como se merecería morir. Nos morimos en cada muerte injusta y en cada suicidio que se hace muerte porque no supimos ayudar a quien nos necesitaba.
Nos morimos en la esquina de un boulevard donde la muerte espera ansiosa, que obnubilados en velocidad, la invitemos a dar una vuelta. Y en cada ruta donde la falta de sueño y el querer ganarle segundos a la vida nos lleva a perderla por completo.
Pero hoy, no vengo a hablarles de la muerte desde una visión filosófica, sino desde una óptica mucho más biologisista…intentando cambiar un paradigma de muerte acantonado por siglos.
En la antigüedad muerte era sinónimo de parada cardíaca. Se detenía el corazón y el individuo estaba muerto. Hoy sabemos que un corazón detenido no es sinónimo de muerte; sino que es el pulso cerebral lo que ajusticia el diagnóstico del óbito. Hoy sabemos que se necesitan dos EEG planos (es decir sin pulsos cerebrales) para diagnosticar la muerte de un individuo. Y que recién ahí, constatada la muerte cerebral, una persona pierde todos sus derechos de persona para pasar a ser un cadáver. (No dejemos de recordar que todos sus demás órganos siguen funcionando: corazón, riñones, hígado, páncreas, etc.….sustento actual de la procuración y trasplante de los órganos in vivo).
Pero si bien con estos métodos uno podría fijar exactamente el día y la hora del deceso del individuo; mi análisis va un poco más allá de la cuestión temporal. Es más, centro mi discusión en que la muerte biológica es un fenómeno atemporal.
Toda la humanidad tiene miedo a morir. Todos escapamos de la idea certera de que un día nos llegara “la hora”, empapándonos de juventud aún cuando sabemos que estamos viejos, y que esa hora se acerca. ¿Pero que pasa si les dijera que uds. no van a morir…sino que ya se están muriendo? La muerte es un fenómeno continuo e inexorable desde el primer día de nuestra vida. Nos empezamos a morir con nuestra primera respiración. Nuestros procesos biológicos están empapados de muerte. Nuestro ADN en cada replicación se acorta…cada vez que una célula se divide se pierde información. Un alelo de esa cadena es espiral que parece interminable, pero que es finita, se “muere” sin que nos demos cuenta. Y así desde niños comenzamos a envejecer. Nos comenzamos a morir. A medida que pasa el tiempo nuestro cuerpo nos pasa cada vez más facturas en forma de años de nuestra propia muerte. Es como si pagáramos a crédito la agonía. Sin duda que pueden ocurrir los eventos infortunados. Una muerte violenta no sería una muerte en sí. O un asesinato, o un accidente, o un desencadenante inconstante e impreciso que nos desencadenaría la muerte…pero no sería una muerte biológica a la que yo me quiero referir, sino que seria un capitulo aparte llamado “muerte dudosa”.
Pero retomando mi análisis… ¿Por qué no pensar a la muerte como un camino hacia otro lugar desconocido? No entremos en lo filosófico. Ni oriente eterno, ni el eden, ni el purgatorio…simplemente otro plano. Sabemos por nuestros padres de la ciencia que la energía no se pierde, sino que se transforma. Y nosotros somos energía. Por lo cual esta hacia algún lado se “va”. Y es justamente el deceso el punto del cambio de forma.
Propongo entonces no una idea de muerte a llegar, sino una idea de muerte que ya está pasando. Propongo no saber que se va a morir, sino saber que ya se está muriendo. La hora indicada del traspaso de energía no se sabe, pero sí sabemos que ya estamos caminando hacia ese fin indeclinable.
Y ¿para qué este cambio de paradigma? Para pensar todos los días en ese camino; para no acelerarlo con vicios mundanos; para no perder ni un momento de alegría ya que la muerte no va a venir…ya está caminando con nosotros todos los días.Es nuestra sombra y nuestro destino. Para comprender que no se muere, sino que se trasmuta. Para entender que, aunque sea una visión funesta, todos los días se pierde un poco de vida y se gana un poco de muerte.
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