Un tema que dio según
Platón origen a la filosofía, argumentando que “la filosofía es la meditación
de la muerte”. “El vínculo del ser humano con la muerte es ontológico. Esto
significa que no es algo exterior, algo de lo que podríamos prescindir y seguir
siendo humanos. La muerte nos constituye”. Dice Darío Sztajnszrajber.
Como es lógico yo no
vengo a pronunciar verdades sobre un tema que ha movilizado a la humanidad
toda. No tengo ni el intelecto, ni la capacidad como para traer respuestas
reveladoras sobre este tema. Solo intentaré dejarles preguntas abiertas, para
que cada uno intente construir una verdad que le cuadre.
Soy de los que piensa
que la verdad no existe. Siempre hay una verdad superadora de la verdad
anterior. Quien dice poseer la verdad no solo miente, si no que intenta
empapándose de poder, dominar al otro. Porque eso sería la verdad: PODER. Si yo
tengo la verdad y ustedes no, yo estoy por arriba suyo. La razón me acompaña y
ustedes no son más que un conglomerado de “equivocados”. Mis lectores: las
grandes macanas de la humanidad se produjeron por aquellos que se empoderaron
con la bandera de la verdad y decidieron someter al resto: a los otros, los
equivocados. Y así comenzar con la gran enfermedad de la humanidad, que es el
no reconocerse como iguales; creyendo que el otro al no poseer la verdad es un
“ajeno”. El ejercicio de aceptar que no poseemos la verdad, es el primer paso
hacia el consenso y la común-unión. Es por eso que todos golpeamos a las
puertas de esta orden; ya que intuíamos que la verdad, profanamente impuesta,
no alcanzaba para respondernos todas nuestras preguntas. La búsqueda de la
verdad constante es la esencia del librepensamiento.
El pensar a la verdad
como algo inalcanzable nos hace libres. Nos permite siempre entender que existe
un horizonte al que aunque más nos acerquemos, este más se aleja. Y así luchar por
siempre superarnos. Me gusta pensar a la verdad como un fuentón de agua donde
uno se lava la cara (en el acto placentero de empaparse con la verdad). Pero
sabiendo que el agua que uno levanta con las manos es solo una porción mínima
de toda esa agua (de la verdad); y que la mayor parte de esta aún continúa en
la fuente. Es más, filosofando podemos decir que ese pedazo de verdad en
nuestras manos, se nos escurre entre los dedos con el tiempo; haciéndonos ver
que el paso del tiempo nos hace quedar cada vez con menos verdad en nuestro
poder. Nietzsche dice: “Dios ha muerto, lo mataron los hombres”. Si
reemplazamos el sustantivo “Dios”, por el de “verdad”; este filósofo alemán nos
ilumina con la idea de que los hombres asesinan a la verdad, tirándola por la borda
y edificando una nueva, condenada a la misma suerte, por los mismos verdugos; y
así la historia se repite una y otra vez.
Entonces entendiendo
que nadie tiene la verdad, volvamos al tema de la muerte. ¿Qué es la muerte?
¿Lo que viene después de la vida? ¿Es una parte de la vida? Cual final de
canción, parte de la misma pieza. ¿Es la nada misma?
Pero yendo más allá
¿por qué da cierto prurito hablar de la muerte? ¿Por qué es incómodo hablar de
ella? Si dijimos que era algo ineludible, si dijimos que ella nos constituye;
¿por qué no aceptamos la idea de que es una realidad? La respuesta es MIEDO.
Miedo a lo desconocido, miedo al ¿Cómo iremos a morir?, miedo al “más allá” y a
todo el universo metafísico que conlleva al trascender (edén – paraíso – infierno
– oriente terno – etc.). ¿Miedo al escéptico ateo que piensa que nada sigue
luego del ocaso? ¿Será miedo al abandono de los que dejamos en este plano
(hijos, esposas, padres)?
A mi entender…todas
mentiras y excusas que ocultan la verdadera razón. ¿Por qué? ¿Miedo al cómo
vamos a morir? La humanidad viene batallando contra la muerte desde momentos
inmemoriales; todos hemos estado cerca de algún moribundo. Nosotros los médicos
muchísimo más, pero en realizad la muerte trasciende a la ciencia; y todos a lo
largo de la historia hemos visto morir a
un anciano, a un joven, a un niño, a un paciente con cáncer, a uno con hiv.
Todas las muertes aunque distintas son iguales. Todos sabemos cómo murieron los
que ya no están, y los hemos acompañado en esa agonía. No desconocemos como
morir; le tenemos miedo al hecho por sí mismo.
En relación, al
argumento “de los que dejamos”, también carece de fundamento. La humanidad se
sobrepuso a las muertes de las personalidades más importantes y aquí estamos.
Los católicos asesinan todos los años al hijo de Dios, y aun así a los tres
días todos vuelven a sus actividades cotidianas como si nada hubiera pasado.
Ósea, que también sabemos que los que dejamos, aunque sufran, seguirán su
camino y se sobrepondrán al evento traumático de la pérdida. ¿Entonces? Si
todos sabemos que nos vamos a morir; si tenemos una idea de cómo vamos a morir;
que luego de irnos todo seguirá en este plano como antes… ¿Por qué el miedo?
Tengo dos aproximaciones a ese interrogante: el primero es que nos da angustia
el “cuando” (no el cómo); todos sabemos que nos vamos a morir, pero para todos
la muerte está lejos. Como que se vive la idea de muerte en el otro y no en uno
mismo como algo probable. Esa incertidumbre nos angustia; la idea de hoy o
dentro de 40 años nos desconcierta. Y segundo: le tenemos miedo al dejar de ser. Le tememos al
ridículo ateo que piensa que luego de la última respiración no habrá más que
tierra y gusanos. Le tememos al no ser más; al ocaso de nosotros mismos. Es el
egoísmo y la necesidad de trascender que nos oprime el pecho. No estamos
preparados para dejar de existir. Y por más que nos arraiguemos a la fe
particular de cada uno, la posibilidad de que el ateo escéptico tenga razón nos
atormenta. ¿Y si este descreído tuviera razón? Hagamos un juego: en una cara de
la moneda el G.A.D.U. nos confirma fehacientemente que luego de la vida viene
algo más. Y en la otra lo contrario, nos certifica que nada hay luego del
deceso. En la primera se terminarían las dudas; nadie teme al sábado, ya que
todos saben lo que harán mañana. Y en la otra se desencadenaría un descontrol
total pensando en que hay que explotar lo que queda de vida, ya que todo se
termina sin remedio. Por lo cual, el miedo a la muerte radica en el egoísmo de
no saber qué pasará con nosotros.
En la plancha anterior
hablé sobre la “muerte digna o buen morir”; entendiendo a esta como un proceso
irreversible en donde el declinar de todas las funciones vitales llevan al cese
de la homeostasis y finalmente al deceso del individuo. Esta es la definición
científica de la muerte, que a nadie le importa. No seamos hipócritas, el miedo
no pasa por si será un acv, un infarto o un accidente de tránsito; el miedo
pasa por el hecho de que un día va a pasar, y no sabemos qué sucederá con nosotros.
Entonces a modo de
conclusión hoy puedo decir que la
muerte es la única verdad. Lo único que no podremos evitar; una
constante irremediable. Antes dije que la verdad no existe: hoy solo sabemos
que lo único que no es y es al mismo tiempo, es la muerte. Hasta que los
asesinos de los que habla Nietzsche, asesinen a este Dios en forma de verdad;
esto es todo lo que podremos palpar sobre el ocaso de nosotros mismos.
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