El tema de la verdad es uno de los
más complejos de la filosofía. Acompaño a Protágoras y a su formidable frase
“El hombre es la medida de todas las cosas”.
Durante la Edad Media el problema
no fue difícil. Dios poseía la verdad y se la revelaba a los hombres. O mejor
dicho a los pastores. A la institución eclesiástica. Surge eso que Foucault
llama “poder pastoral”. Los buenos siervos de Dios siempre se sienten en
pecado, acuden al buen sacerdote y, en el confesionario, le dicen las
opacidades de su alma. El pastor conoce todo del siervo y el buen hombre no
sabe nada del pastor. La “verdad” que Dios revela la recibe la Iglesia y el que
no la cumpla será castigado por la Inquisición. Descartes viene a establecer
una nueva verdad. Al dudar de todo, duda también de Dios. ¿Qué es lo que le
permite dudar de todo? Su pensamiento. ¿Qué es aquello de lo que no puede
dudar? Claro está: de su pensamiento. La verdad que viene a instaurar Descartes
es la de la razón.
Todo cambia con Kant. Kant es un filósofo
fundamental. Lo que hizo todavía sirve. Dice: todo conocimiento empieza por la
experiencia pero no se reduce a la experiencia. O sea, todo conocimiento
empieza por la experiencia, por lo fáctico, por lo empírico. Por los hechos.
Hegel dirá: Lo verdadero es el todo. Tomemos cualquier instancia de la
dialéctica histórica. Tiene tres momentos: afirmación, negación de la
afirmación y negación de la negación. El tercer momento es la síntesis de los
otros dos y los contiene en una totalidad que los contiene en tanto superación.
Este tercer momento es la totalidad. Y la totalidad –en Hegel– es lo verdadero.
Sobre todo al constituirse en tanto sistema. (El vaso está medio lleno y medio
vacío…ese es el todo). Adorno (en el siglo XX), oponiéndose a la dialéctica
hegeliana, lanzará un famoso dictum: La totalidad es lo falso.. Pero siempre
hay algo que nunca falta: la empiria, la materialidad. Nietzsche dice: “No hay
hechos, hay interpretaciones”. Pero sí: hay hechos. Sólo que la verdad se establece por medio de la interpretación de los
hechos. Sólo que, sin hechos, no hay interpretaciones.
Sin hechos, no hay
interpretaciones. Foucault partiendo de Nietzsche y Heidegger establece la
verdad como lucha de interpretaciones. La verdad es de este mundo, dice en
Microfísica del poder. En La verdad y las formas jurídicas establece que hay
una lucha por la verdad. Algo que también hace en Poder y verdad. Se lucha por la verdad porque la verdad es
la que establece el poder. En suma, de todas las interpretaciones de los
hechos van a triunfar aquellas que puedan acumular más poder. De aquí el
interés de los monopolios en conservar lo que han logrado. Es fácil: si yo
tengo doscientas o trescientas bocas comunicacionales a través de las que
enuncio mi interpretación de la realidad, ésta se transforma en la verdad
porque logro convencer a la mayoría. La
verdad es hija del poder. Hoy más que nunca por el despliegue agobiante de
los medios de comunicación. Esto no significa que no existan verdades
alternativas a la del poder mediático. Pero serán muy débiles. Ya que el
monopolio mediático (y, no lo olvidemos, los medios de comunicación son el
partido político de la derecha) se ha ido devorando a todas las fuerzas
competitivas del mercado. El mercado no es libre y es antidemocrático: se lo
devoran los monopolios y los oligopolios, que concentran el poder adosando a
los competidores o llevándolos a la ruina.
Pero todo ha cambiado. Un cambio
en la ética periodística. Vimos que todas las filosofías partían de los hechos.
Kant requería de la experiencia. De aquí que sea nuestro ejemplo predilecto.
Todo conocimiento empieza por la experiencia. El periodismo nació para decir la
verdad. Se diferencia en esto de la literatura. El buen periodismo dice la
verdad, la buena literatura miente. Esta es una frase indiscutible y llena de
orgullo a los escritores.
Digamos que Kant jamás diría que
no parte de la experiencia. Que Nietzsche no negaría que parte de los hechos
para interpretarlos. Y que esa guerra por la verdad que postula Foucault
también se basa en la facticidad. En el
periodismo esto es lo que ha muerto. El periodismo ya no parte de los
hechos. Esta fue su tarea primordial desde su nacimiento. El periodismo
informaba. Pretendía informar imparcialmente. Aquí radicaba su seriedad.
Pretendía ser un tábano para mantener alertas a los hombres y advertirles que
no adhirieran a la falsedad. O pretendía ser un clarín sobre los grandes
problemas argentinos, para no eludirlos, para enfrentarlos, para decir, sobre
ellos, la verdad. Ahora el periodismo ya no trabaja sobre materialidad alguna.
Al estar en constante estado de beligerancia deja de lado lo fáctico. Ya no
parte de los hechos, los inventa.
Y para ser fashión en este 2019
diré que este gobierno (y no el anterior) sucumbió en la alternativa inmunda de
los trolls. Se los describe como una persona con identidad desconocida que
publica mensajes provocadores, irrelevantes o fuera de tema en una comunidad en
línea, como pueden ser un foro de discusión, sala de chat, comentarios de blog,
o similar, con la principal intención de molestar o provocar una respuesta
emocional negativa en los usuarios y lectores, con fines diversos (incluso por
diversión) o, de otra manera, alterar la conversación normal en un tema de
discusión, logrando que los mismos usuarios se enfaden y se enfrenten entre sí.
Un presente y una realidad horrible. Somos presos de una mentira hecha verdad.
Clarín miente – C5N miente – la Nación miente – todos mienten…y así nos han
dejado sin la verdad. Nos la quitaron; secuestraron y desaparecieron nuestro
derecho a saber, a informarnos. Somos masas dominadas por la televisión a
través de los comunicadores. Nadie sabe nada y todos opinan y opinamos. “Lo
malo del ignorante es que no sabe, que no sabe”.
Los medios recalcitrantes están
hundiendo al periodismo. Costará mucho que recuperen la fe de los lectores, o
de muchos de ellos que no se dejan engañar fácilmente. Ustedes, señores, al
apelar a la mentira como arma de antagonismo, están matando a la verdad. Y eso
no tiene retorno. Y es, además, imperdonable.
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